jueves, 28 de diciembre de 2006

HAY ESPACIO PARA TODOS (entrevista a Fabián Aguirre)

Por Yizeth Bonilla





La primera vez que visité el cementerio San José de Siloé, en búsqueda de alguien que me proporcionara información con respecto a los N.Ns que se entierran allí, me encontré con un lugar aparentemente tranquilo y sencillo. En la entrada, una puerta estrecha, a la izquierda de la reja, se encontraba un guarda de seguridad, a su lado una pared llena de osarios y al final de éstos, las oficinas administrativas. Me dirigí allí para obtener información y solicitar un permiso que me permitiera entrevistar a los sepultureros. El administrador no se encontraba.

Tras las rejas de una ventana blanca un joven me atendió, a pesar de que estaba un poco ocupado porque en ese momento se efectuaba un sepelio. El no podía darme ninguna autorización, no era el encargado de hacerlo. Sin embargo, me indicó que hablara con los sepultureros, quizás ellos podrían decirme algo. Pero no fue así, todos se negaban a hablar respecto a su trabajo por temor a que sus declaraciones fuesen publicadas y distorsionadas, como ya les había ocurrido, y a meterse en problemas con su empresa, pues tenían la orden de no dar entrevistas a nadie. Uno de los operarios había sido suspendido por un mes al haber colaborado con un periódico local y ninguno de sus compañeros quería arriesgarse a correr la misma suerte o peor aún a quedarse sin trabajo por tal motivo. Necesitaba un permiso expedido por la Arquidiócesis para poder entrevistar a cualquier funcionario.

Ese día, un trabajador del cementerio me indicó donde se encontraba el lote designado para los N.Ns. El lote K estaba ubicado al fondo, rodeado de garzas que parecían alimentarse de los bichos que emanaban del suelo. Un montón de tierra húmeda, en la cual mirando detenidamente se podían ver vértebras, se alzaba frente a un amplio hueco semi-cubierto por placas de concreto, a través de las cuales se observaban más restos de osamenta en el fondo. Alrededor unas pequeñas y rústicas “lápidas” distinguían una fosa de otra con un número. Un olor nauseabundo llenaba aquel espacio, hace pocos días habían enterrado un grupo de N.Ns y se estaban descomponiendo debajo de donde yo caminaba, la putrefacción era insoportable al olfato.

Después de una serie de trámites, por fin pude presentar el permiso expedido por la Arquidiócesis para realizar la entrevista. Me habían arreglado una cita con Ducardo Mejía, el administrador del cementerio, pero al llegar a ésta él no se encontraba allí. El mismo joven que me atendió la vez pasada recibió el documento y pidió a uno de los sepultureros que me atendiera mientras llegaba Ducardo. Este hombre me invitó a dar un recorrido por el cementerio, llevándome a las fosas comunes que había conocido la vez pasada. Aparentemente estaban igual que la última vez, salvo porque ya no se sentía aquel desagradable aroma de muerte maldita ni se veían garzas merodeando por el lugar. Posteriormente me mostró los osarios comunes ubicados al occidente del cementerio, cuya existencia yo ignoraba. Bóvedas, sótanos, salones llenos de huesos y harapos, en su mayoría sellados, aunque en uno de los pasillos se veían, a través de una reja, montones de osamenta vomitadas por costales.

Finalmente regresamos a la oficina donde me tenían la noticia de que Ducardo había llamado para informar que ese día no se presentaría en el cementerio. En aquel momento la única persona presente en la administración era Fabián Aguirre, quién me había recibido al llegar. Él era el encargado de atender al público, aunque no podía definir bien su cargo y se autodenominaba secretario o auxiliar. Me invito a seguir a la oficina.

Fabián había sido operario del camposanto hasta que uno de los empleados de la administración se jubiló y él fue el candidato para reemplazarlo, por ser el único en tener conocimientos en sistemas. Ya llevaba cinco meses ocupando éste nuevo cargo. Es quizá el empleado más joven de éste cementerio, aparentemente con unos 25 años. Vive en el mismo Siloé, o Siloco como él lo llama. De contextura media, 1.75 mts de estatura, piel trigueña, y un corte de cabello al estilo de los barrios populares (hecho a máquina formando figuras, patillas cuadradas, muy bajo). Vestía informal pero su presentación personal era buena.

El clima estaba muy fresco esa mañana. La oficina era bastante sencilla y corriente, no tenía elementos visuales que llamaran particularmente la atención. Contaba con todo el equipo con el que opera cualquier otra estancia de ese tipo. Las paredes eran blancas, al igual que la puerta. Todo se veía muy bien aseado y ordenado. /La gente dice que soy el muñeco de la ciudad/, la gente dice que soy el muñeco de la ciudad... sonaba en una grabadora cuando entré.

- ¿Usted tiene información respecto a los trámites legales que hace el cementerio con la Fiscalía?
- No. Esos trámites los hace directamente el Hospital. El trae las licencias, que es éste papel, -Me enseña un documento sobre el escritorio, el cual parece un informe o una factura.- que lo expide la Secretaría de… de Salud Pública, creo que es. Entonces con esos papeles ellos traen todo diligenciado; lo único que nosotros hacemos es llenarles un contrato. Ellos tienen unos convenios con ciertos valores de precios, entonces les prestamos el servicio y nos cancelan.
- Por enterrar a los N.N.s.
- Si, claro.
- Ah, o sea que eso tiene un costo, no es gratis.
- No. Tiene un costo. Antes, tengo entendido, que era por convenios, pero de unos años para acá empezó a tener costo ese servicio.
- ¿Y cuánto vale ese servicio?
- No, cifras exactas no tengo, pero si tiene un valor.

En ese momento una mujer se asomó por la ventana para pedir una cuenta y él fue a atenderla. Cuando regresó se escuchaba otra canción: / Coge la Guagua papá, porque la Guagua se va/ Coge la Guagua papá, porque la Guagua se va…/

- ¿Quién cubre el gasto de los N.N.s?
- El gasto lo hace el hospital, el Hospital Universitario.
- ¿Pero no debería ser la Fiscalía porque es la que los trae?
- No, la Fiscalía no. Los trae es el Hospital Universitario. La Fiscalía, hasta donde yo sé, solo cumple con alzarlos de donde estén, los deposita en Medicina Legal, en el Hospital. Allá es que los tienen y ya cuando llevan bastante tiempo y nadie los reclama ni nada entonces nos los reportan.

De nuevo otra persona nos interrumpe. Esta vez por un periodo más largo.
/ Estoy pensando en amarte una vez más/ pero mi corazón dice que no, dice que no/ noooo/

- ¿Cuánto tiempo permanecen los N.Ns enterrados en las fosas?
- Lo que tarda un cuerpo en descomponerse. Eso se hace en base a un estudio. Según el último estudio que se hizo y una circular que mandaron son tres años porque el clima de acá es cálido y eso tarda exactamente un cuerpo descomponiéndose.
- Pero los N.Ns no son preparados. ¿No se descomponen más rápido?
- Más rápido si, pero por lo regular se exhuman cada tres años.
- Ustedes no les ponen un número a cada…
- Si, aquí en el registro que nosotros llevamos de ellos se les coloca un número serial, tienen que llevar una secuencia. Una sola fosa tiene espacio para seis cadáveres.
- ¿Pero les ponen un registro de ADN en la caja o algo así?
- Si, ellos vienen con ese registro del hospital. Lo único que nosotros hacemos es apuntar ese número para llevar una secuencia.
- Entonces si vienen diferenciados.
- Claro.



Le explique que yo creía que como enterraban a varios en una misma fosa, al cementerio no le importaba diferenciar quienes estaban allí. El me dijo que no, pues se habían visto muchos casos de desaparecidos a los que la familia buscaba y con el paso del tiempo e investigando, iban a dar allá. Con los datos que traen los familiares se puede tratar de averiguar si esa es la persona a la cual han perdido. “Pero no hay nada concreto”. De ésta forma los parientes tendrían que conformarse con revisar los datos en el registro y buscar el número de la secuencia correspondiente. Sin embargo, nada asegura que vayan a recuperar los restos de su ser querido; los trámites para una exhumación de éste tipo son muy complicados y hay que añadir a esto que las cajas de madera se pudren rápidamente y los cadáveres, que se encontraban uno sobre otro, pasan a formar parte de un gran conjunto de huesos y carne en descomposición. Estas personas nunca se conocieron y sin embargo sus restos comparten estos espacios, tan juntos que finalmente se terminan convirtiendo en una sola osamenta, en una sola nada.

- ¿En promedio cuantos N.N.s llegan acá?
- En el tiempo que llevo trabajando aquí, que es más de un año, cinco veces han llegado. La mayor cantidad que yo he visto que han traído es cuarenta y ocho.
- Cuarenta y ocho traen en una sola tanda.
- El pedido es de 48, pero traen 18 un día y luego otros, porque en un solo día quedaría imposible enterrar tantos, sería mucho trabajo.

De repente me acordé del olor a podrido que se sentía la vez pasada que visité las fosas. Le comenté mi experiencia a Fabián y pregunté si acaso esos N.Ns habían quedado mal enterrados.
– No. Por lo regular siempre pasa eso porque los lotes de los N.N.s no se sellan y el lugar donde a ellos los ubicamos es una parte baja, no se recubre bien de tierra, entonces tal vez por eso se filtran olores.
Su respuesta en lugar de refutar mi apreciación parecía confirmarla.
- Pero ahí tienen placas de concreto para sellar la fosa.
- Si, son plaquetas de concreto, más no van selladas, solamente la tierra. Selladas es cuando las cubrimos con cemento, como se hace con las otras tumbas, para evitar que se filtran olores, pero con ellos no lo hacemos. Claro que cuando empieza a haber mucho olor toca hacer algo y echar más tierra.
- A ustedes les dan registro de si son hombres, mujeres, niños…
- Si claro, en el mismo serial que vienen.
- ¿Y traen niños?
- No… cuando vienen niños son fetos, entonces lo que ellos hacen es echar todo eso en chuspas y meterlos en un cajón separado y lo diferencian con la palabra “FETOS”. Es porque hay gente que se les vienen, les hacen degrado o un aborto. Otras veces vienen por ejemplo piernas, brazos, en un solo cajón.
- Piernas que han encontrado sin el cuerpo.
- No, no, no. Digamos, si le amputan una pierna, ¿qué hacen con esa pierna?
- ¿La entierran?
- Claro.
- La entierran en una fosa común.
- Si. No entierran la pierna sola sino que se juntan varias manos y todo eso.
- Esas partes las entierran en la fosa de lo N.Ns.
- Si porque todo viene con lo del Hospital y se hace el mismo pedido.

Fabián se levantó para cerrar la ventana de atención al público, parecía un poco afanado. –Aproveche pues, que ya me voy a almorzar- me dijo para que fuese terminando.

- ¿Cuantas fosas comunes o lotes hay acá?
- ¿Cuánto puede tener eso, primo? El lote de la común.-Le preguntó a uno de los operarios que había entrado minutos antes a la oficina y se encontraba llenando unos documentos.
- Son como unos 200 lotes aproximadamente.- dijo el hombre.
- 200 fosas comunes.
- Exacto. 200 fosas comunes en las cuales se entierran de a seis, entonces haga la cuenta, hay espacio suficiente.

Tal vez si lo había, si se tiene en cuenta que al final tan sólo se amontonan cientos de huesos en pasillos subterráneos, que en caso de que se hallaran muy llenos, estos restos serían incinerados en el horno, aunque esto no se hace con mucha regularidad, pues representa gastos para la Arquidiócesis.

El cementerio de Siloé tiene 52 años, y desde su fundación ha tenido a su cargo las fosas comunes. Es un camposanto ubicado en una zona habitada por gente de escasos recursos, los precios que ofrece son los más económicos en Cali. Fue por eso que la Arquidiócesis le asignó los lotes para N.N.s, esto le bajaría costos al Hospital. Según Fabián, el dinero recaudado por éste cementerio va a parar a la Arquidiócesis De Cali, no al Estado.- Claro, porque es un servicio que nosotros les estamos prestando como empresa privada-

Al salir del cementerio había muchas palomas por los jardines, algunas posaban sobre las tejas de la entrada. Dentro del lugar quedaba muy poca gente, en cambio afuera pasaban transeúntes con los canastos de mercado, Jeeps repletos que subían a la loma y otras personas que simplemente esperaban un bus frente al control de la Gris San Fernando para irse a casa a almorzar, como era mi caso.

LA PROCESIÓN VA POR DENTRO










A veces la recuerdo. Siento como si tuviera una deuda, como que tendría que expiar algún tipo de culpa por no haber hecho nada al respecto…y no sé como hacerlo. Me deprimo, pero creo que no sé que es primero, una depresión que me lleva a auto compadecerme y a pensar en ella, o primero pienso en ella y luego me deprimo, y luego me auto compadezco. No sé, pero es un estado muy extraño. Sí, es como dicen, un duelo que no acaba y una rabia contenida porque la desaparición implica una serie de suposiciones sobre violencia y…


Los primeros rayos de luz penetraban entre las nubes, saltaban la cordillera occidental e iban invadiendo de calidez cada espacio que tocaban. Los pájaros intensificaban su canto, opacado por el ruido de los vehículos en la carretera. Rosario Díaz no se percataba de tal espectáculo, ni de que estaba llegando a su lugar de destino. Aquel lunes santo de 1992, ella dormía en el bus que había tomado la noche anterior en Medellín. Poco antes de llegar al Terminal despertó repentinamente, se puso algo nerviosa y notó que ya era de día y que estaba en Cali.

Venía con el deseo de ver a sus hijos, aunque no los visitaba regularmente. Había atravesado recientemente por una época muy difícil, y tal vez quería escapar por un momento de los problemas que la oprimían en Medellín, donde vivía desde hace algunos años. No contaba con mucho dinero, pero todo el que tenía planeaba gastarlo con sus hijos. Aunque tenía trabajos temporales, Rosario vivía prácticamente de lo que le daba su papá. No había terminado sus estudios y llevaba una vida de ocio.

Rosario era la novia del hijo de una familia muy adinerada y reconocida en el Urabá. Éste hombre había estado secuestrado meses atrás y después de su liberación la relación entre ellos se deterioró mucho. Él tomó una actitud de total desconfianza frente a ella, pues en Turbo, el pueblo del que ambos procedían, corrían rumores de que los secuestradores eran conocidos suyos, y probablemente lo eran, pues en un pueblo todo mundo se conoce. Sin embargo, esto no significaba que Rosario tuviera participación alguna en el hecho. Pese a ello, la familia del novio creyó en los chismes del pueblo y pensaron que ella había tenido responsabilidad en el delito.

Ese mismo día llegó a la casa de los abuelos de sus hijos. Ya eran un poco más de las 9:00 de la mañana cuando Doña Magnolia la recibió sorprendida y acudió enseguida a llamar a sus nietos que jugaban en el patio con los nuevos juguetes que les había traído su papá de uno de sus viajes.

Pablo nació en 1980, cuando Rosario tenía tan sólo 15 años. Lo tuvo unos cuantos meses a su lado y posteriormente se lo entregó a su suegra. A pesar de que su relación con Fernando Martínez no era muy estable, un año después dio a luz nuevamente. Luis Carlos pasó mayor tiempo a su lado, cuando cumplió los tres años, se lo encargó a su mamá y finalmente, porque así lo prefería Fernando, pasó a manos de Doña Magnolia. Para él fue más complicado adaptarse a la crianza de los abuelos y fue mucho más apegado a su mamá que Pablo. Por su parte, Fernando tampoco permanecía mucho tiempo con sus hijos debido a que realizaba constantes viajes de negocios.

Cuando Rosario y Fernando se separaron no terminaron muy amistosamente. Sin embargo, decidieron dejar a un lado sus diferencias para compartir la Semana Santa con sus hijos en La Bocana.
- En Semana Santa uno no va a bañarse en el mar ni en los ríos porque se vuelve pescado…es tiempo para rezar.- Dijo Doñá Magnolia sonriendo, cuando les escuchó planear el viaje.

Partieron muy temprano al día siguiente. Fernando condujo el carro hasta Buenaventura, de ahí tomaron una pequeña embarcación que los llevó hasta la isla. En aquellos días las lluvias, comunes en ésta zona, menguaron un poco y el sol calentó más. Fue una semana de poco recogimiento, mucha abundancia y diversión. La familia parecía verdadera; experimentaban una extraña paz. Quizá la época religiosa había influenciado de alguna manera a los padres para que se olvidaran de sus problemas y la pasaran en armonía.

Eran casi las 10:00 de la mañana del Domingo de Resurrección cuando llegaron nuevamente a Cali. Fernando y los niños dejaron a Rosario en uno de los centros comerciales cercanos a La Tertulia, pues ella tenía que verse con alguien. Se despidió sonriente y bajó del carro.
- Nos vemos más tarde- fue lo último que dijo antes de que ellos se marcharan.

Rosario no llegó en la tarde, ni al otro día. Fernando se fue para Estados Unidos, en la semana de pascua. La ausencia de la madre de sus hijos no le extrañaba.

Mi mamá acostumbraba a desaparecerse, irse de viaje, irse de pinta, no decirle nada a nadie y aparecerse una semana después. Mi papá pensó que era una de esas desapariciones normales de ella. Nadie sabía de su paradero pero no se preocupaban porque era normal.

El tiempo pasó rápidamente y empezaron a correr los rumores de su desaparición. Su familia no lo aceptó en un principio. No denunciaron, no abrieron ninguna investigación. Ellos vivían en Turbo, una zona muy peligrosa, bajo el dominio de narcotraficantes y grupos armados a su servicio. En sitios como éste es normal que aún hoy estos crímenes queden en la completa impunidad. El Estado no intervenía regularmente en el conflicto. El pueblo era uno más de los municipios olvidados del Urabá. Entre sus habitantes es común la desconfianza en las autoridades y los procesos judiciales, esto debido a la corrupción de muchos funcionarios en la zona.
Las familias viven en el terror, prácticamente la gente sale a la calle sabiendo que en cualquier momento puede perder la vida .Es muy tenaz.
La madre de Rosario no se resignó fácilmente a la pérdida de su hija.
El último cuento que salió sobre mi mamá fue hace como siete u ocho años, y era que estaba en Europa. Esa es una historia que nació porque mi abuela se negaba a admitir cualquier otra versión de las que se oían en Turbo y empezó a difundir esa historia…que no tiene ninguna base.

A Pablo y Luis Carlos se les trató de ocultar la situación por largo tiempo. Sin embargo, Pablo, extrañado por la prolongada ausencia de su mamá, dedujo lo ocurrido pero tan sólo tres años después, cuando ya no se lo podían ocultar más, pudo asimilar por completo el hecho. El tema no sé tocaba en las conversaciones familiares, aun hoy permanece vedado.

Luis Carlos, buscaba en ocasiones la soledad de su cuarto para llorar. Pablo contenía dentro de si un fuerte sentimiento de rabia, impotencia y tristeza que no se borró con los años.

Ahí fue donde empezó una extraña etapa de duelo, porque igual, siempre me había faltado mi mamá, pero ahora sabía que era mucho más difícil pensar en estar con ella…y me hacía falta porque criarse con una persona que es de una generación anterior a la de los padres es muy duro. No sé como sea con los papás, pero yo tenía la ilusión de que tal vez por estar más cerca, ser más joven, mi mamá entendería muchas cosas que yo quería hacer en esa época…y además me hacía falta verla de vez en cuando.

La dura experiencia de tener a alguien desaparecido por supuesto resulto extraña para los hijos de Rosario Díaz. No estaban acostumbrados a compartir mucho tiempo con ella. Aparecía esporádicamente en fechas especiales como un cumpleaños o una navidad, pero finalmente ellos sabrían donde hallarla, sabían que la verían tarde o temprano. Ahora emergía una amarga sensación de desconsuelo, toda esperanza moría rápidamente. Ella sólo los visitaría en sueños, por épocas su imagen invadiría sus pensamientos.

Ayer hablé con mi abuela. Me dijo que había soñado con mi mamá. Ella llegaba de Europa y estaba toda feliz. La había visto y empezaron a hablar, pero que en el sueño mi abuela se iba a la nevera por algo de comer para llevarle y cuando regresó ya no podía seguir soñando, de repente despertó. A mi me dio mucha risa porque yo también he estado pensando mucho en mi mamá últimamente. Ha sido porque estoy empezando como a entrar en lo que pienso que es la edad adulta, y éstos son momentos en los que uno cree que le hace falta que estén presentes ciertas personas para ver que es lo que pasa en la constitución de uno como adulto.

Las sospechas más agudas, en cuanto a los responsables de la desaparición de Rosario, cayeron sobre la familia de su novio. Ellos habían sido siempre una familia adinerada, que había prosperado gracias a la apropiación arbitraria de unos terrenos en el Urabá. Su capital monetario también se había incrementado cuando empezaron a involucrarse en el narcotráfico y el contrabando, delitos comunes en la región. Esto implicaba que tenían a su servicio fuerzas armadas, seguridad privada y todo aquello que no sólo les permitiera velar por su propia seguridad y defensa sino también que les sirviera para ejercer control y revestirse de autoridad en la zona. Eran personas respetadas y temidas, de las cuales se debía tener cuidado.

Yo creo que sería mucho más doloroso saber que pasó porque de alguna forma uno está como anestesiado o, por lo menos, en la circunstancia en la que yo estoy, como que la vaina está muy reprimida…de hecho nunca sale. Nunca he tenido una crisis que sea tenaz en la que me ponga en un estado miserable, pero creo que sería mucho más duro saber qué pasó, saber quienes fueron los responsables, y tal vez no poder hacer nada o saber que nunca se hizo nada…sería un cargo de culpa mayor.

El duelo posterior a la pérdida del ser querido no termina con la resignación de haberlo enterrado, ni con la certeza de su muerte. Muchas veces no desaparece con los meses ni con los años, a pesar de que en nuestra cultura el duelo ya no se manifieste en el vestuario ni en la modificación de los hábitos de vida. Generalmente se trata de “sanar” rápido, de llenar pronto el vacío que dejó el otro, de seguir adelante…de olvidar. Pero ésta termina siendo una lucha infructuosa, donde sólo se consiguen reprimir emociones pero nunca se borra de la memoria el recuerdo de haber perdido a quién era parte de nuestras vidas.

Sería peor encontrarla muerta y no saber qué pasó. Entonces se abriría otro capítulo: ¿Qué le pasó? ¿Quienes fueron los responsables y qué hacer?...es una mierda!!! A uno le dan ganas de picar y comer del muerto.

Ya han pasado 14 años desde que no se supo más de Rosario y probablemente nunca se sepa que le ocurrió. No abra ni justicia ni reparación para sus hijos, sólo heridas maquilladas.

UNA MAÑANA EN MEDICINA LEGAL

Por Carmen Elisa Murillo






Para llegar al Instituto de Medicina Legal del Hospital Universitario del Valle se atraviesa un parqueadero que da a una puerta trasera del hospital. La entrada tradicional por urgencias está temporalmente cerrada, por las construcciones del MIO.
En la esquina de la panadería la facultad, al doblar a la izquierda subiendo por la calle quinta, se alcanza a ver una reja metálica de la que se abre una angosta puertecita por donde entra y sale gente a cada momento sin ningún tipo de restricción. Afuera, aguardan vendedores de minutos a celular a cuanta persona sale.
Al pasar el parqueadero, también en construcción, se llega al Instituto de Medicina Legal y Forense, del que se desprenden dos oficinas, una de atención al usuario y otra donde se encuentran los laboratorios.
La oficina de atención integral al usuario funciona también como sala de información para identificaciones a personas desaparecidas; aunque hace apenas un año se abrió esta área de atención, atendida por dos trabajadores sociales.
Diana Patricia, trabajadora social, está vinculada hace más de doce años a la institución. Se encuentra en una estrecha oficina con una pequeña ventana hacia el parqueadero. El martilleo de la construcción se filtra en la conversación. “El proceso para buscar a una persona desaparecida se ha agilizado mucho, comparado con años anteriores”, me dice, “pero la gente eso no lo entiende y el dolor los lleva a la desesperación. Muchos de estos trámites que tardaban más de dos años, ahora están listos en casi dos meses”.
Cuando un cadáver ingresa a Medicina Legal se le realiza una reseña, que consta de una toma de muestras dactiloscópicas, fotográficas y descripciones muy detalladas del aspecto físico y de las prendas que trae; así como las heridas que presente, las cuales brindan información sobre la forma en que murió la persona.
Si un cuerpo llega indocumentado y no es reclamado en un lapso de un mes y medio, después de la debida divulgación, se registra como N.N. y se procede a la exhumación en el cementerio San José de Siloé, donde se encuentra las fosas comunes destinadas para los N.N.s.
El municipio es el encargado de destinar el presupuesto para realizar las exhumaciones y Medicina Legal realiza el procedimiento necesario para llevarlas a cabo.
A las personas que llegan en busca de un desaparecido se les realiza una entrevista técnica, de la que se encargan los trabajadores sociales, la cual consta de dos partes. En la primera, se especifican los datos generales de la persona (nombre, edad, sexo, ocupación, profesión, estudios realizados) y obviamente las características de la desaparición. La segunda parte, trata los datos morfológicos (estatura, contextura, raza, estructura ósea, color de ojos y cabello) así como un mapa del rostro que detalle particularidades, las cuales se llevan en una base de datos en un aplicativo que contiene diferentes variables y posibles opciones, como lunares, cicatrices, manchas o tatuajes. También se realiza una descripción dentaria, muy importante a la hora de identificar el cadáver, la constitución de los dientes, el cuidado y la forma, dan mucha información de la persona.


Los reconocimientos a cadáveres ya no se realizan en la morgue, son reconocimientos fotográficos. El acceso a la morgue está restringido a personal calificado, por el impacto psicológico que conlleva el estar en contacto con el cadáver de un ser cercano y por el riesgo biológico al que se exponen las personas por no tener las vacunas requeridas; no obstante, se filtran casos como las divulgaciones de videos de autopsias realizadas al interior de la institución.
Después de hacer el reconocimiento fotográfico y constatar las características generales, se realiza la debida identificación. Hay dos tipos de identificaciones: La identificación indiciaria, que se hace al confrontar los elementos de la entrevista técnica con los hallazgos en la morgue después de realizada la necropsia; y la identificación fehaciente, que es mucho más compleja y requiere de pruebas dactiloscópicas, odontológicas o muestras de ADN, éstas últimas sólo se realizan en caso de que sean necesariamente requeridas o en casos muy delicados en que el cadáver no se pueda reconocer, por el costo que implican y porque sólo se realizan en los laboratorios de Bogotá, pues no hay equipos adecuados en las sedes regionales.
A Medicina Legal llegan un promedio de 25 N.N. al mes. El porcentaje de mujeres es muy bajo, la mayoría son hombres entre los 18 y 40 años. Las personas menores de 40 años generalmente son victimas de muertes violentas o de la mal llamada limpieza social.
Al salir de la oficina de Diana Patricia, un señor esperaba insistentemente ser atendido; hacia pocos minutos había interrumpido la conversación, pidiendo hablar con la trabajadora social. Al atravesar nuevamente el parqueadero eran casi las doce del día, el ruido de las sirenas de las ambulancias se alejaba y el sol se disponía a calentar con mucha más fuerza.

MADRE ES MADRE


Por Yizeth Bonilla


En Guacarí ya el sol se iba apagando en una tarde de sábado en septiembre del 83. Sobeida Vélez estaba en su casa sentada escuchando la radio mientras trabajaba en la máquina de coser, haciendo un vestido que le habían encargado. Era la hora de las noticias.

- //Un bus de Expreso Palmira que cubría la ruta Cali- Popayán quedó envuelto en llamas al chocar contra un árbol. El aparatoso accidente ocurrió ésta tarde en las afueras de Santander de Quilichao y dejó como saldo un muerto.//-

Sobeida se santiguó. En ese momento pensó en que su hija debía venir en camino desde Cali, donde realizaba sus estudios universitarios. -Mi Dios la guarde- pensó.

Nubia Loaiza había salido de su casa al medio día con unos pocos pesos, que le alcanzarían para el pasaje a Popayán. Desde hacía mucho tiempo no hacía viajes largos, como acostumbraba en su juventud cuando se marchaba sin avisar a nadie; pasaban años sin que se tuviesen noticias suyas y empezó a llegar con un hijo de cada uno de esos viajes. Pero el tiempo había hecho sedentaria a Nubia, ésta vez
se ausentaba del pueblo para llevarle ropa a Eblin Orlanda, la única mujer entre sus cinco hijos.

Eblin había desaparecido una semana atrás. La jóven de 16 años, estudiante de la Normal de Guacarí, había escuchado en la radio acerca del temblor en Popayán. Entre las víctimas nombraron a una tía suya. Eblin no conocía a su papá y en su adolescencia se encaprichó con encontrarlo; averiguó su nombre, datos de su familia y la cuidad donde vivía. La noticia de la tía muerta le sirvió de ayuda para localizarlo. Se escapó de su casa, viajó hasta Popayán y efectivamente lo encontró. En su hogar reinó la zozobra hasta el viernes, cuando llamó para avisarle a su mamá donde se encontraba y pedirle que le llevara ropa.

Nubia no sabía que sentimiento era más fuerte en su corazón en aquel momento, el alivio por encontrar a su hija o la rabia por la osadía que ésta había cometido, sin embargo, empacó en una maletica la ropa y le dijo a doña Alejandrina, su mamá, que regresaría al día siguiente.

Aquel domingo pasó. Doña Alejandrina se paró muy tarde del andén de su casa, donde aguardaba la llegada de Nubia mientras charlaba con las vecinas y se fumaba unos puchos.


-Seguro le cogió la tarde por allá y se quedó a dormir… es que en las que la pone esa muchachita. Jajaja… Pero ahí tiene pa´ que se joda como yo me jodí con ella- comentó la viejita con una de sus hijas.- Pero mañana le toca madrugar pa´ venirse porque tiene que trabajar-

En la mañana de lunes no llegó a la casa, ni en la tarde, ni en la noche. Doña Alejandrina llamó a su nieto Gustavo, el hijo mayor de Nubia, que vivía en Palmira. Él no tenía noticias de su mamá. Al día siguiente tampoco se sabía el porqué de su demora en regresar. Llamaron a Eblin Orlanda.

-¿Cómo así?, ¡¡Pero si mi mamá no ha venido acá!! Yo no sé nada de ella.

Tal respuesta dejó más intranquila a la familia. Por un momento pensaron en que posiblemente Nubia se había ido a buscar nuevos horizontes otra vez. ¿Pero cómo, si tenía un compromiso de trabajo? Los patrones de la casa donde Nubia trabajaba como empleada doméstica tampoco sabían nada de su paradero y se unieron a la búsqueda. Gustavo visitó Expreso Palmira, donde no le dieron ningún tipo de información respecto al bus que abordó su mamá y mucho menos acerca de ella.

Buscaron en anfiteatros, en hospitales, en el diario El País… en toda parte, pero nada, nadie les daba razón.

Doña Alejandrina estaba sentada en el andén llena de angustia, fumando más y más puchos mientras miraba hacía la calle que bajaba de la galería, donde arribaban los buses al pueblo. Los familiares y las amigas fueron llegando, entre ellas Sobeida, quién era su vecina de enfrente.

Misia Sobe, cuando se enteró de todo, recordó la noticia del accidente del expreso Palmira que escuchó por radio. Con un nudo en la garganta comento esto con los Loaiza. Gustavo siguió buscando a su mamá por todas partes, pero tan sólo el jueves decidió ir nuevamente a la empresa de transportes, esta vez preguntando por el bus accidentado.


"Pero fijáte como habían negado, no, vé. Gustavo volvió para allá y ya entonces si le dijeron la verdad, que se había accidentado un bus y una persona había muerto incinerada y la tenían allá en Santander como N.N."

Lo que quedó de la mujer trigueña, alta y robusta de 42 años, de la que sólo se salvaron las posaderas de ser carbonizadas, estuvo en la Morgue de Santander de Quilichao hasta el martes. Cuando Gustavo y un hijo de Sobeida fueron a buscar “el cuerpo” ya éste había sido enterrado en el cementerio como N.N.

"Lo único que habían dejado era una cadenita que tenía ella, esa se la había regalado la hermana y no se quemó, y los dientes también. El hijo era tan curioso que un día que ella se estaba cepillando arrimó y le miró la caja de dientes, entonces cuando la vio allá la reconoció, esa era la de la mamá, por eso la desenterraron… porque ella quedó irreconocible".

Nubia fue la única víctima mortal de aquel accidente. Al parecer, se encontraba en uno de los puestos delanteros y el impacto del choque pudo ocasionarle un golpe que la dejó inconsciente. Nadie la ayudó a salir del bus. Por otra parte, ella acostumbraba a dormir mientras viajaba.

"Les dieron la orden y se las entregaron sellada, tan sólo la pudieron ver allá Gustavo y Alex, mi hijo. La trajeron a Guacarí y la enterraron, pero como misia Alejandrina no la vio, y de todas maneras madre es madre, siempre, por muchos años, hasta que se murió, la esperaba. Todas las tardes se encuclillaba en el andén a mirar pa´ donde llegaban los buses, esperando a Nubia. Ella decía que esa no era su hija y que como Nubia siempre fue andariega de seguro se había ido a andar el mundo y volvía".




ALGUNOS SOLO ESPERAN QUE LOS ENCUENTREN


por Sirce Giraldo

La cara de desilusión de la mujer al salir del lugar se hace más evidente cuando el sol le golpea la cara; toma el brazo de la que parece ser su hermana y se van. Adentro el hombre se recuesta en su asiento detrás del escritorio y se rasca la cabeza mientras se fija en algunos papeles.
Esta es solo unas de las escenas que enfrentan los funcionarios de la morgue en Palmira, un lugar frío en el que el olor a muerto llega hasta la recepción haciéndose incomodo respirar.
A la izquierda sobre la pared vieja, hay una cartelera completamente tapizada por hojas con anuncios como: desaparecido, desaparecida, y fotos de rostros femeninos, masculinos, jóvenes, algunos viejos y otros de niños. Algunos avisos se apoyan sobre otros ya amarillos con letras borrosas y el espacio es cada vez más insuficiente en la cartelera.

El número de desaparecidos se ha incrementado en los últimos tiempos y Palmira no es la excepción, cada vez más es común ver avisos con fotos de mujeres y hombres desaparecidos. Esto sucede particularmente en la galería Las Delicias de la ciudad. Allí el pesado trafico, el ajetreo con frutas y verduras y los gritos de los vendedores y cargueros hacen pasar desapercibidos la cantidad de anuncios que ha cada esquina exhiben la foto de algún hombre o mujer al que su familia esperar ver de nuevo.
Pero más allá de estar en la posición de ser alguien a quien se le ha perdido un familiar, esta el de las personas que se han perdido y no encuentran sus familias, el de aquellos que viven con la incertidumbre de si aún los buscan o ya los consideran muertos.

Luz Marina Rengifo es una de esas pocas personas que cuentan con la suerte de ser acogida por una familia que no es la suya. Sentada en la banca de un parque y con la mirada perdida como si esperara algo no menciona palabra, solo se agarra el saco gris que le han prestado y le queda grande. Ella mira confundida y distraídamente a los que se le acercan pero luego sigue ensimismada en sus pensamientos.

“Hace siete meses llegó por aquí, nosotros la cuidamos mientras aparece su familia, pero como no tenemos mucha plata no hemos podido ayudarle para que los encuentre; ella no más repite algunas cosas y nombres como Sebastián, cauca y a veces Siloé, también Maximiliano Hoyos, su esposo y Elvia, Patricia, Gilberto y Elvira que parece que son sus hijos.
A mi me da pesar porque está muy viejita y la familia la debe estar buscando, pero como le dije no tenemos plata así que es difícil tratar de encontrarlos” explica dona Rosa Lozano quien ha cuidado durante estos meses de la anciana de 70 años que sufre demencia senil.

Doña Luz Marina espera que la encuentren y muchas familias esperan encontrar sus seres queridos, aunque luego terminen resignándose a que no aparecerán o los encuentren donde no querían.
Palmira es un lugar en el que el alto grado de criminalidad produce años de incertidumbre entre las familias con desaparecidos.
Algunas veces estos mismos deciden irse y que no los encuentren, otras se pierden y no saben como regresar y en la mayoría de los casos terminan victimas de la violencia.
Todo esto son sucesos a los que los entes gubernamentales parecen no prestar atención. La ausencia de muchas personas se convierte en el sufrimiento de sus familias, pero ante esto nadie parece tener interés, nadie reacciona y menos se pone en el lugar de los familiares o de los que como doña Luz marina no esta en las condiciones de buscar ayuda por sus propios medios, no todos tienen la suerte de encontrar una familia que los adopte porque si hubieran sido distintas las condiciones ella seguramente estaría en un ancianato con mucho menos esperanzas de que la encontraran.

LA DESAPARICIÓN FORZADA UN CRIMEN DE ESTADO



Por Yizeth Bonilla


Las ONG que trabajan en contra del fenómeno de la Desaparición Forzada han coincidido en definirlo como “la detención o secuestro de una persona contra su voluntad (…) por agentes del gobierno o (…) de grupos organizados o de particulares que actúan en nombre del gobierno o con su apoyo directo o indirecto, su autorización o su asentamiento, quienes se niegan a revelar la suerte (…) o el lugar donde se encuentran, o a reconocer que están privadas de la libertad, substrayéndolas así a la protección de la Ley”.

En tal declaración, se entiende que éste crimen es responsabilidad del gobierno, aunque éste no sea el único culpable pero si el mayor implicado históricamente en las desapariciones forzadas, realizadas por las fuerzas de seguridad estatales.

A pesar de que Colombia ha vivido inmersa en la violencia y la barbarie desde mediados del siglo anterior, hasta finales de los 70 era muy poco frecuente hablar de desaparecidos, y más insólito aún que éste fuera un tema de debate público. Cuando se hacía era en referencia a viejos que se perdían en la calle, novios que se fugaban, niños que escapaban de su casa, víctimas de desastres naturales, y en general de casos en los que no se podía culpar a nadie por el hecho, donde se hacía bajo voluntad de quien se perdía, o por accidente. Se veía como un fenómeno distante, presente en otros países de América Latina. Empezó en Guatemala, a mediados de los 60, cuando se instituyó allí la temida Policía Judicial, que dejó más de 30.000 desaparecidos hasta la terminación del conflicto interno a finales de 1997. Le siguió Brasil (1964) y otros casos más sonados como el de Chile con la caída del gobierno de Salvador Allende (1973) y la aplastante dictadura de Augusto Pinochet, que en sólo 17 años desapareció a más de 2.000 personas opuestas al régimen, muchos fueron torturados, asesinados y posteriormente sus cuerpos eran lanzados al mar, no dejando rastros de su paso; o el de la Argentina de 1976, “posterior al golpe militar, donde desaparecieron más de 25.000 argentinos”
[1].

Tan sólo en septiembre de 1977 el tema apareció en la esfera mediática nacional. Cuando corría el último año de gobierno de López Michelsen, los medios de comunicación dieron a conocer la desaparición de Omaira Montoya, una bacterióloga de 30 años, embarazada y militante del M-19. Omaira fue detenida junto con Mauricio Trujillo, su novio, en Barranquilla por agentes del F2 de la policía, él posteriormente apareció muerto y con señales de tortura, pero ella nunca fue hallada. Así se convirtieron en los primeros detenidos-desaparecidos registrados en Colombia, aunque éste reporte lo hizo Asfaddes (Asociación de familiares de detenidos-desaparecidos), una ONG que nació años después, y no organismos gubernamentales, que en aquel entonces se hacían los de la vista gorda con la problemática.

El verbo “desaparecer”, palabra llena de magia, en nuestro contexto de una magia oscura y perversa, se empezó a utilizar más frecuentemente durante el gobierno de César Turbay Ayala. Éste intentó contrarrestar los disturbios estudiantiles y la violencia guerrillera promulgando un “estatuto de seguridad” que coartó las libertades civiles y concedió amplios poderes al Ejército.

Durante 1982 desaparecieron, uno a uno, 11 estudiantes de la Universidad Nacional, y 2 de la Universidad Distrital. Al parecer, el factor común era su simpatía con la izquierda, las ideas del Elp y el M-19. Los familiares de éstas víctimas se unieron y crearon Asfaddes, realizando una primera marcha ante la Plaza de Bolívar en el 83, siguiendo el ejemplo de las madres de la Plaza de Mayo en Argentina.


En su libro “Desaparecidos, El drama de las familias”, el periodista Hernando Salazar Palacio relata la experiencia de Carlos Armando Joya, hermano de Edilbrando Joya, uno de los estudiantes desaparecidos:

«Carlos Armando contestó algunas llamadas: -“Mire, Edilbrando no llegó. Edilbrando está desaparecido-”. Uno había oído que habían desaparecido a Omaira Montoya en Barranquilla, pero eso no era común en Colombia. Edilbrando me había comentado que los hermanos [Orlando y Edgar] García estaban desaparecidos. Pero yo le decía: “¿Cómo así que desaparecidos? ¡Una persona no se puede desaparecer!” Desde cuando yo estudiaba en la Universidad Nacional, sabía que las autoridades torturaban, mataban, pero el término “desaparecido” era extraño en nuestro medio. (…)»

Las investigaciones acerca de la desaparición de estos jóvenes, después de que sus familias presionaran al gobierno de Belisario Betancur, mostraron que el caso podría estar ligado al secuestro y asesinato de los niños Álvarez, los tres hijos de José Hader Álvarez Moreno, quien fue extraditado a los Estados Unidos y condenado por narcotráfico. Al parecer, el hombre puso a trabajar a miembros del F2 en la búsqueda de sus hijos y posteriormente en la venganza por el homicidio de éstos. Los ataques se dirigieron hacía personas que estaban vinculadas supuestamente con el M-19, pues se responsabilizó a éste grupo del rapto de los niños. La otra hipótesis que se manejó al respecto, era que los hechos estaban involucrados con el secuestro de Gloria Lara de Echeverri, cuñada del presidente de la Asociación Nacional de Industriales (Andi), Fabio Echeverri Correa. En ese entonces se había creado un grupo ilegal autodenominado MAS (Muerte a secuestradores), que había amenazado a varios de los desaparecidos. Funcionaban como paramilitares y dentro de la organización había miembros de la fuerza pública. Varios oficiales fueron enjuiciados por la justicia penal militar mientras se adelantaban los procesos penales que buscaban esclarecer la desaparición de los jóvenes, pero las sanciones nunca respondieron a una verdadera intención de hacer justicia, más bien fueron unos paliativos ineficientes para las familias que tuvieron que luchar durante años en un intento de resistencia ante la impunidad.

Durante los 80, con el auge del narcotráfico, el “estatuto antiterrorista” de Virgilio Barco, el desplazamiento y las luchas territoriales entre guerrillas, paras y ejército, aumentaron las cifras de éste delito. Por ejemplo, según afirman los testimonios recogidos por Hernando Salazar en su libro, en la zona montañosa de Norte de Santander y cerca de Ocaña, mientras las Fuerzas Militares luchaban contra el Eln, el ejército mató a muchos civiles, a los cuales vestían de camuflado para hacerlos pasar por guerrilleros y reseñarlos luego como N.N. Casos de este tipo ocurren aún hoy en todo el país.

En el Valle del Cauca, mientras se fortalecían el Cartel de Cali y el Cartel del Norte del Valle, también empezaron a desaparecer cientos de personas. En municipios como Trujillo se superaron las cifras de muertos de la denominada “época de Violencia” de los 50 cuando los grupos armados ilegales, los narcos, los militares y la policía se disputaron el poder. Los mafiosos emprendieron una guerra contra el frente del ELN que ocupaba la zona, en ella masacraron, torturaron y desaparecieron a miles de campesinos, presidentes de cooperativas, sindicalistas, presidentes de junta de acción comunal, políticos, y en general todo aquel a quien podían relacionar con los “elenos”. Durante los 80 y 90 el Río Cauca se convirtió en el sitio predilecto de los criminales para arrojar a sus víctimas. Era muy común encontrar cuerpos mutilados y torturados que el río dejaba a su paso por el Valle, principalmente en los rastrojos de Trujillo y Riofrío o en el departamento de Risaralda, en municipios como la Virginia y Marsella. Éste último, represó muchos cadáveres y se convirtió en el sitio más frecuentado por las familias que buscaban a sus desaparecidos, gracias a los rumores de que allí iban a parar los muertos del Valle.

María Dayssi Carbonell, una campesina dedicada a trabajar como empleada doméstica y madre de Carlos Arturo Basto Carbonell, desaparecido en 1986, dijo al periodista Hernando Salazar:

«Albeiro [compañero de Carlos Arturo] me contó que a la gente la rajaban, la llenaban de arena y de piedra y la echaban al río, Cuando se llevaron a Carlos, Víctor, mi otro hijo, estaba cogiendo café por la zona. Pero esa semana, a él le había dado el afán de irse para el pueblo (…). Víctor me contó que en esos días él se levantaba temprano y salía al parque de Trujillo y veía bajar las bestias con los muertos amarrados»

Los métodos utilizados para borrar del panorama a muchos ciudadanos, eran tan atroces como el mencionado. El secuestro o detención ilegal (muchas veces las personas eran privadas de la libertad en sitios públicos por hombres que se identificaban como agentes del F2 o militares) era seguido por torturas, mutilaciones, y sepultura en fosas comunes de los cadáveres.

Sin embargo, a pesar de la fuerte presión que ejercían los familiares de desaparecidos adscritos a Asfaddes o con la ayuda de la Asociación Colombiana de juristas, su lucha por encontrar verdad, justicia y reparación en Colombia ha sido una labor muy complicada y casi infructuosa.
Tan sólo hasta el año 2000 la desaparición se convirtió en un delito penal. Aunque la Constitución de 1991 señala en el artículo 12: “Nadie será sometido a desaparición forzada, a torturas, ni a tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes”, fue la Ley 589 de Julio de 2000, “por medio de la cuál se tipifica el genocidio, la desaparición forzada, el desplazamiento forzado y la tortura; y se dictan otras disposiciones, la que permitió que el crimen se contabilizara legalmente y trató de ofrecer ayuda para la prevención, erradicación y “reparación” de éste fenómeno.

Dentro de tal ley, se creo una Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Desparecidas, integrada por miembros del estado e integrantes de la ONG. Sin embargo, tan sólo otros cuatro años después el delito empezó a ser registrado en las estadísticas nacionales. En Julio de 2005, se aprobó una nueva ley “por medio de la cuál se reglamenta el mecanismo de búsqueda urgente”, es decir que pasaron más de 30 años desde que ésta modalidad de violencia empezó a ser visible en Colombia y tan sólo el año pasado el estado “se preocupo” por realizar la búsqueda de las personas desaparecidas registradas ante sus organismos. Ésta ley también hizo que Medicina Legal tuviera que diferenciar las causas de desaparición de una persona, o sea, ya no era igual reportar a un abuelo extraviado que a un desaparecido víctima del conflicto armado.

Según un artículo de María Teresa Ronderos, publicado en la página Web de la revista Semana, “todavía falta mucho para que la desaparición forzada sea tenida en cuenta políticamente. No es por casualidad que en las estadísticas oficiales de los logros de la Política de Seguridad Democrática no se haya registrado este delito. De acuerdo con quienes han investigado este crimen, la mayoría de sus víctimas son dirigentes campesinos y populares, simpatizantes de movimientos de izquierda, trabajadores de las ONG. Y a los gobiernos de la derecha no les gusta reconocer a las víctimas provenientes de la izquierda”.
“Pero hay aun otro motivo más poderoso. De incluir los retrocesos en desaparición forzada en las estadísticas oficiales, la impecable película de la seguridad democrática se habría desenfocado. De hecho, el período entre mediados de 2002 y mediados de 2003, el estreno del gobierno de Álvaro Uribe, se considera uno de los peores registrados, con 410 desaparecidos: por agentes del Estado (62), guerrillas (13) y paramilitares (334), según algunas de las cifras más conservadoras. La ONG que agrupa a los familiares de los desparecidos, Asfaddes, registró 1.362 desaparecidos en 2002 y 1.189 en 2003”.
El acertado análisis de Ronderos, muestra como una vez más el gobierno se hace el de la vista gorda ante ésta problemática. Hace tres décadas eran señalados como los responsables; luego, con la creación de los grupos paramilitares la culpa fue transferida a ellos (aunque el gobierno siempre ha tenido fuertes lazos con éstos grupos armados, muestra de ello, el reciente escándalo de políticos que tenían nexos con paramilitares) y actualmente vuelven a tomar parte visible como victimarios al ignorar adrede éste crimen como problema político.
Según ha declarado el Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias de las Naciones Unidas, en Colombia existe “un patrón de ejecuciones extrajudiciales y de desapariciones forzadas asociadas a violaciones vinculadas a la administración de justicia y a la impunidad… Esas violaciones no forman parte de una política deliberada del Estado desde las más altas esferas, pero su escaso reconocimiento por las autoridades y la insuficiencia de acciones correctivas impidieron superarlas”. Para ellos la desaparición forzada es un crimen “cometido por agentes estatales o personas que perpetran el delito con su tolerancia, aquiescencia o apoyo”. La revista Hechos de Callejón afirma que “según la Comisión Colombiana de Juristas, por omisión, tolerancia, aquiescencia o apoyo se le atribuye al Estado la mayor responsabilidad en los casos de desaparición forzada y, en un menor porcentaje, por perpetración directa de agentes estatales. Después de los grupos paramilitares, en la lista de presuntos perpetradores aparecen el Ejército, la Policía y la Armada, en ese orden”.

Con el proceso de desmovilización de los paramilitares se han encontrado decenas de fosas comunes que éstos han ubicado con sus confesiones. “240 cuerpos de colombianos han sido encontrados y, según la Fiscalía General, se espera hallar 2.500 más. Sin embargo, el delito de la desaparición forzada continúa en el país: 839 personas desaparecieron por la fuerza en 2005, y 175 en el primer semestre de 2006, según el Instituto de Medicina Legal”
[2].

Marilú Méndez, directora del CTI de la Fiscalía dijo en una declaración que de julio del 2005 hasta septiembre del 2006 se han realizado 644 exhumaciones de cadáveres y otras mil se harán en el 2007. Eduardo Pizarro León Gómez, presidente de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, también hizo un llamado por la radio el pasado 27 de octubre a las víctimas del paramilitarismo para que denunciaran los crímenes de éstos contra sus familiares. Se lamentaba de que muchas familias de las víctimas del paramilitarismo no denunciaban por temor a represalias. Que si no lo hacían, no iban a ser reparadas por el Estado. “Impávido decía esto un funcionario de escritorio desde la capital. “Es decir, que las familias de las víctimas serían reparadas por un Estado gobernado por los mismos que fomentaron el paramilitarismo como estrategia contrainsurgente, como es el caso del presidente Álvaro Uribe quien financió e impulsó la creación de grupos de autodefensa, origen del paramilitarismo, desde mediados de los 80s. Claro, no sólo él”, afirmó el periodista de Unimedios Oláfo Montalbán en un artículo, donde también recogía las declaraciones de éstas fuentes oficiales.
Por otra parte, ¿será que la Fiscalía tiene los recursos suficientes para realizar la identificación de los cadáveres? El método más utilizado por el CTI en tal proceso es la dactiloscopia pero se ve imposibilitado cuando el cadáver es hallado en osamenta. La vestimenta es otro recurso de identificación, pero no el más exacto. La carta dental no se le hace a los N.N. que llegan a Medicina Legal, tan sólo se hace un reporte (que justifica el número que se les asigna). La prueba de ADN es muy delicada y sólo la pueden hacer laboratorios muy especializados. Hasta principios de los 90 sólo se hacía en 3 de los Estados Unidos. ¿En Colombia existirán ya laboratorios tan especializados como para hacer éstas pruebas? Pues se supone que si, por ello en las exhumaciones de fosas de N.N se han enviado varios cráneos a Bogotá para que los laboratorios del CTI traten de esclarecer la personalidad jurídica del difunto. Sin embargo estos procesos se realizan muy esporádicamente y los resultados pueden tardar hasta más de seis meses; aunque se debe reconocer que en los últimos años el CTI ha mejorado mucho en la identificación de cadáveres, ahora utilizan métodos como el de la reconstrucción tridimensional de rostros, que hace posible identificar la apariencia que poseía el sujeto antes de morir.

Muchos están encontrando los restos de sus familiares y recibiendo pequeñas indemnizaciones, aunque no se les haga justicia a sus verdugos; pero otros muchos posiblemente nunca los encontraran porque el temor, los años o la resignación no les permitieron denunciar el hecho.

¿Cuánto tiempo tiene que pasar en éste país para que se tomen medidas frente a delitos de lesa humanidad como éste? La respuesta no es muy alentadora si se recuerda el caso de los desaparecidos de la toma al Palacio de Justicia. Tan sólo después de dos décadas se mostraron públicamente los videos que prueban que el ejército sacó vivas a varias personas de la cafetería, de las cuales nunca más se volvió a tener noticia.

Siguen las investigaciones y las “Comisiones de la Verdad”, pero muchos de los implicados continúan tranquilos. Mientras tanto, las familias siguen esperando impacientes, bajo una profunda incertidumbre, a que se les diga que pasó con sus seres queridos, y quizá, los más optimistas, a que el Estado haga pagar a los responsables; pero indudablemente el gobierno no se va a echar la soga al cuello.


Fuentes:

- SALAZAR PALACIO, Alfonso. Desaparecidos, El drama de las familias. Intermedio Editores, 1999.

- ASFADDES. La desaparición Forzada en Colombia…un crimen sin castigo. 1999.

- Revista “Hechos del Callejón”. Artículo: «Los desaparecidos forzados en Colombia. ¿Cuántos se buscan?»Noviembre de 2006

- RONDEROS, María Teresa. Artículo Web: «Reconocer a los desaparecidos». En
www.semana.com.

- MONTALBÁN, Oláfo. "Seguridad democrática" y fosas comunes: el Nomeolvides de los ausentes”. Unimedios. Oct. 31, 2006

- www.asfaddes.org.co

[1] Según un folleto de Asfaddes.
[2] Tomado de la Revista “Hechos del Callejón”. Artículo: «Los desaparecidos forzados en Colombia, ¿Cuántos se buscan?»Noviembre de 2006.